La gente suele hacer un balance del año cuando este está a punto de terminar, personalmente no soy partidaria de esto, ya que creo que muy pocas cosas nos hacen sentir pesimistas cuando la calidez del verano y la esperanza de un nuevo año están presentes en el aire, por eso ahora quiero reflexionar un poco sobre lo que llevo viviendo, que me afectó en este tiempo y que todavía quedó alguna secuela.
Seguiría cavilando un largo rato, probablemente, pero aunque reniegue de las mil actividades diarias que no nos permiten ser felices durante un momento, sin sentir culpa de “haber perdido tiempo”, de no llegar al dentista a horario, de perder 30 minutos de almuerzo que quizá son los únicos que se tengan en el día, bueno pues, yo tampoco estoy exenta de ellas.
Descubrí que las personas en quienes podemos confiar con la seguridad de que nunca nos van a fallar son los niños, porque todavía no entraron en la corrupción a la que nos lleva a todos la naturaleza del ser humano, la incapacidad económica que siempre se encuentra, porque siempre necesitamos más de lo que tenemos. Entendí que lo que importa no es conseguir vivir cada vez más, los años no valen de nada si no tenemos momentos felices en ellos, que muchas veces perdemos en el afán de tener algo mejor para mañana; deberíamos volver a las tradiciones de algunos pueblos indígenas, y dar importancia únicamente la cantidad de momentos que valieron la pena toda una vida.
No sé si todo esto “se reveló ante mí” por el paso de la niñez a la adolescencia, o es que estos meses la sociedad está distinta, si estoy abierta a entender el mundo o éste se esta dejando entender. Probablemente necesite que lo entiendan, y que ayuden, porque yo no creo en esa teoría de que todo se regula por sí sólo, “naturalmente”, al mundo lo estamos asfixiando, somos cada vez más y abusamos de todo sobre él, ¿cómo no va a necesitar un respiro entonces?
En lo que va del 2011 aprendí que las personas son demasiado hipócritas, tanto que nunca llegan a conocerse ellos mismos, aprendí que en la actualidad el problema no es la juventud perdida, que esta frase no tiene nada de razonable, sino que quienes ahora son los adultos, quienes cometieron tantos errores y no saben admitirlo, quienes eran “los jóvenes” en la década del 80, son quienes no supieron educar a la generación actual, y por eso vivimos en una especie de anarquía, donde sentimos que nada vale la pena, que poco importa todo, cuando en realidad todo importa.